Agotada

Y la semana no ha hecho nada más que empezar...

Los restos de la cena-berraca que me metí ayer al cuerpo, las caipiriñas posteriores, el bocata de salami con queso de hoy, los cafés inútiles de la tarde y la ensaimada grasienta que he merendado están de fiesta flamenca en mi estómago.

Los párpados se me cierran, tengo sueño y las lentillas me molestan de tanto mirar a la pantalla.

La nevera se ha rebelado. El congelador ha decidido por cuenta propia crear estalactitas y estalagmitas (nunca recuerdo cuáles son las que suben y cuáles las que bajan) y dejar una costra de escarcha sobre mis filetes de pollo, guisantes y croquetas de bolsa. El hombre contra la máquina... al final he ganado, pero no sin antes haber tenido que rebozarme por un suelo empapado y golpear con un cazo bloques de hielo capaces de hundir al Titanic. En la foto que acompaña al post podeis ver como me he encontrado al pollo tras la inyección de frío.

Y son las 22 horas y no he salido aún de la oficina. Y cuando salga, me espera más en casa, porque he sido una niña muy mala este fin de semana y no he hecho los deberes, y me he dedicado a hacer cosas divertidas y a perrear, así que ahora toca joderse y bailar.