"Gracias por esta oportunidad"

Lo he intentado, y durante unos días, he creído conseguido. Me tragué algunos castings, y confieso que me lo pasé bien. Sin embargo, y tras el segundo intento de ver una gala de Supermodelo 2007, creo que fracasado.

En la etapa de los castings, la cosa consistía más o menos en ver como cientos de chicas acudían al Caprabo más cercano, se subían en una pasarela para dejarse machacar por un jurado que, como manda el show business, se cebaban con sus cuerpos, su forma de andar, sus peinados, su ropa o cualquier cosa que se les ocurriera.

Si el jurado decía “canta”, ellas lo hacían, si el jurado decía “ponte un libro en la cabeza y anda”, idem, si el jurado decía “ladra como un perro”, las zagalas no dudaban en ponerse a cuatro patas e imitar a su caniche. Todo por entrar en el programa.

La gracia parecía estar en el nivel de humillación al que podían llegar las pobres muchachas, que siempre terminaban hipando mientras soltaban eso de “gracias por esta oportunidad”. Algunas incluso contaban historias truculentas del tipo “me atropelló un camión de 2 toneladas, quedé deforme, pero con esfuerzo, cirugía y superación sé que me convertiré en la próxima Naomi Campbell”.

Las galas, sin embargo, aburren hasta las ovejas. En ellas se resume lo que han hecho durante una semana las aspirantes a supermodelo, que están encerradas en una especie de centro de formación.
Y sus ocupaciones son apasionantes, oye. A primera hora, clase de gimnasia, luego, clase de pasarela –sí, es muy entretenido ver andar a 16 tías durante horas-, más tarde, maquillaje y peluquería –estoy por grabármelas para ponérmelas una vez tras otra-, para pasar finalmente a hacer una sesión de fotos –con las trepidantes variaciones de si son con gafas, con traje de noche o subidas a una cama elástica-. Todo ello intercalado con “product placements” y patrocinios descarados de marcas de maquillaje, secadores, coches, ropa, gafas, bebidas, tonos, politonos y todo lo que se pueda anunciar por televisión.

Nuevamente, el grado de humillación inflingido por los profesores es el único “enganche” del programa. Una tal Cristina, estilista de modelitos imposibles, hace de señorita Rottenmeier (o como se escriba). Grita, echa broncas y hace llorar a las aspirantes. Normalmente el único motivo es que la muchacha en cuestión no ha demostrado con la suficiente convicción lo agradecida que está “por-la-oportunidad-que-me-estáis-dando”. De verdad, que a las pobres les falta decir eso de “soy una basura, señor, sí, señor”. Tras lograr que lloren a moco tendido, la tal Cristina se pone en plan didáctico, les dice que tienen mucho potencial (aunque sean un verdadero callo), las abraza y tan amigas.

Luego está el profesor de pasarela, un italiano super ideal y super gay. Este simplemente grita sin motivo. Vocea y las pobres corren a obedecer, como un rebaño. Nuevamente, es por su bien, que para ser modelo hay que tener mucha disciplina, y no pensar por una misma, por lo que parece. Las chicas lloran porque no saben cogerse el vestido con elegancia o porque no les sale tal o cual posturita. Un drama. Después de berrear, él las abraza.
Con el fotógrafo, la secuencia es la misma: pose-grito-lágrima-abrazo.

En el plató, la cosa es más lamentable aun. Judit Mascó presenta con cara de “soy buena y estoy buena a pesar de tener ya mis añitos”. Un estilista o no sé qué con nombre y cara de moro, gay también, pone cara de misógino y opina. Vicky Martín Berrocal, conocida diseñadora (¿?), mete baza en cuanto puede, comenzando siempre sus frases por “YO”. Las chicas desfilan y el jurado echa a una. Como no, al final todos lloran y se abrazan.