2.5.07

Mis -espantosas- vecinas

No me gustan mis vecinas. Ni una pizca. Desde mi punto de vista son un par de taradas de las buenas.
Nunca las he visto, salvo de lejos a una de ellas. Bueno, cabe la posibilidad de que no sean dos, sino una o cienmil, aunque creo que son una madre vieja-pelleja y su hija de mediana edad. Me da igual, no me gusta ella o ninguna de ellas. Pero ni un pelo.
Escribo mientras me taladra los oídos el taconeo constante e insistente de la sujeta A. No importa la hora: las 10, las 12, las 15, las 19, las 23, las 03, las 06,... a cualquiera de estas horas se puede escuchar -y he escuchado- el paseíto por el pasillo del segundo B (b de bendita paciencia hay que tener). Hay cinco puertas en cada planta de este edificio, tres en la zona donde yo vivo, dos vecinos que apenas oigo y una extraña que no para de caminar, justo encima, con sus taconcitos, adelante y atrás, a un lado y al otro, desarrollando sus gemelos para sabe dios qué. Las zapatillas, algunas tan logradas, olvidadas en un rincón y los taconcitos, la alegría de la huerta, saliendo a pasear.

Preferiría tener de vecino a Kristian Pielhoff (el bricomano) tirando paredes y volviéndolas a levantar.
La otra, cazalla hecha voz, ya sabe que llegó el calor y, así, como bienvenida purificadora del hogar, ha abierto de par en par todas sus ventanas para que entre y limpie su casa de cualquier rastro del invierno pasado (colillas, vasos de papel aplastados, pañuelos de papel usados y cualquier otro producto de usar y tirar -por la ventana- que haya
consumido la unidad familiar los pasados meses). El servicio de limpieza municipal no nos tiene ni un poquito de aprecio, pero quién les puede culpar?
Siguen los tacones...
Un día, la loca ésta de la cabeza, tiró por la ventana los restos de la comida del almuerzo (arroz) y fueron a caer encima de un buen señor que pasaba por ahí. Y se puso farruca, porque una cosa es tirarle a un viandante restos de comida y otra que a una la llamen sucia o hasta guarra. Y mis amigas quejándose de las ocasionales cagaditas de paloma...

Y siguen los tacones. Qué hace una tiparraca como tú en un sitio como éste? En el alféizar de la ventana del salón nos dejan productos reciclables. Han debido pensar que esto es un punto limpio donde dejar la basura que ellas no saben tratar. El año pasado estuve a punto de dejarle una bolsa de basura (su basura) en la puerta de su piso, pero no lo hice por no tener problemas con ellas. Como si no los tuviera ya...
Pero, sin duda, los tacones joden más. La basura volante se puede esquivar si tienes cierta precaución, el taladro sólo con tapones en los oídos (que ya tengo), pero llevarlos día y noche es un rollo y tampoco puedo oir lo que sí me interesa.
Desesperación. Se podrá hacer algo (con el código civil en mano) para que mis -espantosas- vecinas dejen de molestar? Quiero que se vayan. Buahhhhhhhhhhhhhhhhhhhh...

4 comentarios:

Corresponsal en Palma dijo...

hombre, yo t iba a recomendar a un tipo que parte piernas por un módico precio, pero igual es casi mejor hablar con ellas antes... manda a chafino, q con un hombre igual se achantan...

Rita dijo...

jo, no veas cómo insultaba al señor al que acababa de tirar sus restos de comida por encima... ésta no se achanta fácilmente. llegará el día en que esté más harta de lo que me preocupa llevarme mal con ella y que empiece a hacer capulladas con destinatario (nosotros), y ese día espero estar traaaaaaaaaanqui (no la vayamos a tener de verdad).

Patri Jorge dijo...

buf.....que mal rollo, y si optas por mudarte de casa???? Jo, que mal....me puedo imaginar cada cosita que cuentas, que horror.

Rita dijo...

es que están fatal de la cabeza...
y lo de mudarme lo veo difícil ahora mismo; además, donde vivo está fenomenal, la única queja es esta señora que no sé de qué planeta ha salido!
bueno, cero preocupaciones, eh? un día le doy un toque y, espero, se arreglará todo.
besos!!

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