En una de estas me encuentro con Frodo
Andaba yo cavilosa o pizpireta, la verdad que no recuerdo que estado de ánimo se terciaba aquella tarde, por las calles de Palma, cuando lo vi. Calle Olmos a mano izquierda, estaba apoyado en la puerta de un bar, del suyo, fumando despacio, con su camisa blanca de camarero, despeinado y con gesto meditabundo.
No era la primera vez que me fijaba en él. Las pocas veces que había entrado en su bar para comprar tabaco o tomar algo siempre me había llamado la atención su expresión reconcentrada y grave, la expresión del que sabe que aquel no es su lugar y vuela con la imaginación lejos de carajillos, cervezas y batidos. Pero hasta el otro día, cuando subía la calle y le vi, no fue cuando le identifiqué, cuando le pude poner nombre y apellidos, y hasta biografía. Gary. Gary Gilmore.
Gary en realidad no es camarero, ni español. No ha nacido en Sa Pobla y, ni mucho menos, se llama Xisco o Tolo. No, se llama Gary y nació en Provo, Utah. Nadie lo sabe, pero debajo de esa camisa se esconden varios tatuajes, tatuajes carcelarios, porque Gary ha pasado la mitad de su vida entre el reformatorio y la cárcel. Y tampoco lo sabe nadie, pero Gary ha hecho cosas terribles y estúpidas, tanto como matar a dos tipos a sangre fría. Nadie lo pensaría, pero Gary entró en un motel y en una gasolinera, encañonó a dos hombre, los obligó a tumbarse en el suelo, boca abajo, y bang, los mató de un tiro en la cabeza.
Es extraño, porque, por lo que sabía, Gary había sido condenado a muerte y ejecutado hace ya más de 30 años en Utah, o en algún que otro estado del sur de los Estados Unidos. Aunque quizás finalmente Gary se desató en el último momento de la mugrienta silla en la que iba a ser fusilado y escapó. O quizás el juez echó marcha atrás y revocó la condena. Lo de cómo llegó a Mallorca, no lo sé. Ni tampoco cómo Gary consiguió escapar aquella tarde del libro y plantarse delante de mis narices.
Cuando llegué a casa, me metí en Internet y busqué al Gary real, al que existió y cuya historia plasmó Norman Mailer en ‘La canción del verdugo’. Aquel que, efectivamente, murió fusilado en una prisión sureña. Vi sus fotos y sus rasgos, su mirada socarrona, su cara angulosa, sus manos esposadas. Y decidí que no, que ese no era Gary, por mucho que lo dijera la Wikipedia o el Google Images. Porque Gary se me apareció la otra tarde para ponerse a sí mismo rostro y cuerpo, y son tan tan escasas las veces en las que los personajes de un libro te salen al paso que ¿quién soy yo para cambiarle la cara?
2 comentarios:
ños, qué foto más molona!
miedito da ir por la calle, no?
Yo todavía ando flasheada por los detectives salvajes de Bolaño. Qué cosas tienen los libros...
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