Pensamientos de martes noche
“Por qué fue suficiente
Mirarle con los ojos
Desde allí
Si en ese mismo instante,
Su vida era tranquila y feliz.
La vino a revolver
Y se dejó hacer”
Relaciones. Líos. Noviazgos. Polvos. Matrimonios. Llamémoslo X. Ocupan una buena parte de nuestros pensamientos, sentimientos y preocupaciones. También de nuestras conversaciones. Y es difícil hablar sobre todo ello sin caer en el tópico fácil, en la frase hecha, en el prejuicio y en opinar sobre otros y, cuando hablamos de nosotros mismos, mirar para otro lado.
Porque escuchando y participando en esas conversaciones, compartiendo penas y alegrías amorosas, una se da cuenta de algo que parece universal. Todos, y digo TODOS, llegamos en algún momento a ese punto en el que perdemos los papeles, en el que no queremos ver, en el que nos dejamos llevar y seguimos adelante, aunque sepamos que no nos lleva a nada bueno.
Y hablo de muchos casos y de ninguno, de los otros y de mi misma. Llega alguien que nos revuelve por dentro, como en la canción de Bebe, y le dejamos entrar, por el motivo que sea: soledad, ganas, flechazo, frustración, amor, risas, sexo, o una mezcla aleatoria de ellos. Aplastamos a Pepito Grillo, agitamos la coctelera y ya está hecho.
Es entonces cuando empezamos a hacer el tonto. A pasar cosas, a aguantar situaciones y palabras que hasta entonces nos parecían intolerables, a no escuchar los consejos, a mentirnos con frases como “le haré cambiar”, “algún día dejará a su mujer”, “en realidad me quiere”, “sólo tonteo por romper un poco la rutina”, “no regresa a mi lado porque está confuso” o “me ha jodido, pero no lo volverá a hacer”.
Una situación que puede durar días, meses, años o incluso, toda una vida. Todo depende de nosotros mismos. Llega un día en que tu mente hace el ‘clic’ por alguna razón. Porque el otro hace algo que provoca que el vaso rebose, porque alguien nos lo hace ver… por lo que sea. Pero el muro se derrumba y la sordera y la ceguera terminan. Y, a partir de ahí, cada uno reacciona de forma distinta: sintiéndose liberado para comenzar de nuevo, llorando, cayendo en la depresión, haciendo locuras, consolándose con una botella, saltando de cama o en cama o refugiándose en eso de que ‘de todo se aprende’.
Siempre me ha parecido desolador… ese momento, digo. Porque la sensación de pérdida de tiempo siempre lo es. Porque la consciencia de haberse hecho daño a uno mismo es jodida. Y porque, desde fuera, es muy fácil ver, es muy fácil saber. Desde dentro, nos negamos a hacerlo.
10 comentarios:
dios, pero... y el gustazo de oir el "clic"? la liberación, al fin. incluso el olvido involuntario.
qué tranquilidad...
sí, también es verdad... ese clic es el final.. pero también el principio... ays, no me aguanto cuando me pongo en plan 'filósofa de barra de bar'.
Estoy con Rita, oír el clic es duro por la pérdida de tiempo y el vacío que queda, pero también es una liberación, y después del dolor llega la paz, la tranquilidad...
Yo tengo ganas de llegar a oir el clic definitivo.
Tu post me hace saber que no soy un bicho raro.
Yo debo estar sorda oser gilipollas porque pese a todo no oigo el clic... o lo oigo pero me hago la loca, no sé
Srta. Bulería
un bicho raro, rosa? q va, yo creo q todos tratamos de aferrarnos a lo que creemos que nos hace felices, o a lo que nos da seguridad, o qué se yo...
srta. bulería, niña, igual, simplemente es q a ti no te tiene q sonar... cada caso es un mundo.
Pues el clic suena cuando ya sabes y requetesabes que no merece la pena. Cuando son ya más los disgustos que las cosas buenas que te proporciona el otro.
Porque es lo que tiene el querer, hija.
Jo, menuda semana temática.
Me sé yo de una que le ha sonao el clic justo hace siete días.
sí, algo me ha parecido leer por ahi...
Os estoy oyendo!!
jajajaj!
jaja, esto de los blogs es peor que un patio de vecinas!!
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